Carolina Trivelli y Adriana Urrutia 


En el Perú, según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho) hay cerca de 1.8 millones de jóvenes rurales. Pronto el censo 2017 nos dirá exactamente cuántos son, cómo viven y qué porcentaje de peruanos representan. Este grupo poblacional es nuestra oportunidad de cambio para el mundo rural. Pero no la tienen fácil: vienen de un pasado de enormes restricciones y viven hoy en contextos precarios. A pesar de ello, ven el futuro con optimismo, no sólo para ellos, sino para sus comunidades y territorios de origen. Lo rural no es solo el lugar donde nacieron y crecieron, es donde quieren que esté su futuro.

Los jóvenes que hoy tienen 15 años nacieron en el 2002. Es decir, todos los que hoy son jóvenes (entre 15 y 29 años) nacieron y crecieron con el cambio de milenio, antes de los años de alto y sostenido crecimiento económico. En el mundo rural, en 2005, el 80% de las personas vivía en situación de pobreza y más del 40% pasaba hambre. El 20% que no vivía en pobreza estaba cerca de dicha condición. El mundo rural de los 90, además de ser un contexto post violencia, era uno sin actores acomodados, sin recursos para invertir, con poca presencia del Estado (Trivelli, 2001).

Crecer en un contexto rural marcado por una generalizada pobreza impuso tremendas restricciones a su desarrollo personal. No había alimento suficiente o este no tenía la composición adecuada (en el 2005, el 40% de niños del área rural sufría de desnutrición crónica infantil y en el área urbana el 10%, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar - Endes continua 2004-2005), no se contaba con los servicios públicos ni privados que se requerían y la insuficiente infraestructura era sustantivamente menor a la actual (carreteras, electrificación, telefonía, agua). Por poner solo un ejemplo, en el 2005, sólo 36% de los hogares rurales tenía luz, hoy 80% de los hogares cuenta con este servicio (ENDES, 2016).

Estas condiciones iniciales (adversas) marcaron la vida de esta generación de jóvenes rurales, pero no los desanimó. Lo que sigue recoge historias de varios jóvenes rurales que crecieron en este contexto. Estas historias nos permiten identificar las oportunidades y restricciones que enfrentan, pero sobre todo ilustra su resiliencia y su enorme potencial transformador. Los jóvenes disponen hoy de cierta capacidad para adaptar algunas de las condiciones en contra de su entorno, a su favor para el desarrollo de sus proyectos. Esta resiliencia transformadora permite movilizar escasos recursos para volver la adversidad en posibilidad. ¿Cuáles son esos factores que permiten construir la resiliencia de la juventud rural?

A través de sus historias queremos ilustrar y analizar esa construcción. En primer lugar, pareciera que las nuevas oportunidades dependen del vínculo entre dos aspectos: 1) los recursos con los que cuentan. Esta generación de jóvenes ha conocido – aunque de manera intermitente – cierta ayuda del Estado o de organizaciones locales que ha representado una oportunidad y 2) su capacidad de agencia, que es la capacidad que tienen los jóvenes de actuar por ellos mismos. Muchas veces tiene que ver con las redes que logran establecer, el capital social que logran acumular. La construcción de este capital social resulta de 2 tipos de trayectorias que se superponen en las historias personales y que parecen abrir nuevos espacios para los jóvenes: trayectorias ocupacionales (a qué dedican la mayor parte de su tiempo fuera del hogar) y trayectorias de participación pública (su pertenencia a espacios comunales, asociaciones regionales o algún partido político).

Esta arquitectura de la resiliencia permite comprender mejor cómo se construyen oportunidades y nos permite explicar por qué se trata de una generación que puede cambiar el futuro de la ruralidad.

Estudiar

Al inicio de sus vidas, todos tuvieron la oportunidad de acceder a la escuela primaria. En la mayoría de casos, se trata de escuelas multigrado y unidocentes. No siempre esta escuela queda cerca y mantenerse asistiendo exige un compromiso de los padres. Para algunos jóvenes como Leticia, ahí terminó su educación. “De ahí mi papá me dijo: ¡Ya si quiera estudias hasta primaria después no te voy apoyar para nada porque en vano es! Mi papá se molestó. Yo quería estudiar pero lamentablemente no quiso mi papá.” La escuela quedaba a casi tres horas de su casa.

Leticia Dekentai (23), de la comunidad nativa ALto Pajacuza, Amazonas.

La trayectoria ocupacional de Leticia es una trayectoria donde el trabajo llegó temprano a su vida, en la adolescencia. Hoy, la meta de Leticia es mejorar la producción de su chacra para tener mejores productos para consumir y para vender. También aspira a ayudar a su esposo que es técnico agropecuario y así asegurar que sus hijos tendrán una educación completa. Que sus hijos, la próxima generación, tengan las oportunidades que ella no tuvo.

Para otros, la escuela primaria es un primer paso. Sólo 8% de los jóvenes rurales no concluye la primaria. Para muchas familias rurales hay una tensión luego de concluida esta etapa escolar. Enviar a los niños y niñas a la secundaria más cercana –que muchas veces no es tan cercana e implica mudar a parte de la familia- o enviar a los estudiantes a la ciudad (a una pensión o a casa de parientes) para que tengan una mejor educación. Esta última opción depende de los recursos de las familias y de sus redes de parientes o paisanos migrantes. En resumen de los recursos económicos y del capital social que sus padres han logrado acumular. 

El tránsito a la secundaria marca para los jóvenes una primera opción de migración y de relación con otros, de ampliación de su propio capital. Es una relación marcada por la discriminación y la experiencia de estar lejos de casa a temprana edad. Pero el paso a la secundaria también es una oportunidad de cambio si se encuentra con una secundaria cercana y de calidad. Evelyn, fue a una secundaria técnica en Pichanaki, cerca de su comunidad. Ahí estudió industria del vestido, agropecuaria y carpintería. “Mi secundaria fue buena, ahí aprendí de todo”, comenta. Hoy Evelyn espera poder concluir sus estudios técnicos de secretariado ejecutivo y ser una buena lideresa para su comunidad.  

Evelyn  Espinoza (23), de la comunidad nativa Shintariato, Junín.

Por el contrario, Ismael fue a Chimbote a seguir la secundaria. En su comunidad, Río Santiago, en Amazonas, no había. Invitado por un tío, llegó a la ciudad costera casi sin hablar español y con los soles contados. Ya en el colegio, era discriminado permanentemente por su origen nativo. “Al principio, se reían de mí. Ya poco a poco nos fuimos conociendo y llegamos a ser amigos”. Para él, esa experiencia fue de las más duras que ha tenido que vivir y decisiva para decidir volver a estudiar cerca de su comunidad. Ismael entró al instituto tecnológico de la zona, que dirigen los jesuitas, para poder quedarse y estudiar.

Ismael Ushap (24), de la comunidad nativa Río Santiago, Amazonas.

Margot, gracias al esfuerzo de sus padres, llegó a la capital de la región y terminó la secundaria en un colegio privado. El esfuerzo de ella y de sus padres tenia una sola meta: ingresar a la universidad. También sufrió discriminación pero, al igual que Ismael, ella cree que esa experiencia la ayudó a salir adelante. “En el colegio me trataban mal por ser provinciana, indígena”. Una vez en la Universidad, también la han discriminado por ser mujer. Ella pertenece al movimiento Ñuqanchik y espera poder ayudar al desarrollo de Chungui, su distrito, cuando se gradúe.

Terminada la secundaria se abre una tensión para los jóvenes: trabajar o estudiar, quedarse lejos de casa o volver a la comunidad y casa de sus padres. Las decisiones que toman dependen, muchas veces, de esa responsabilidad que empiezan a compartir con sus padres en el cuidado de sus hermanos menores. Otra veces, depende del azaroso encuentro con instituciones del Estado.

Sherly encontró por casualidad Beca 18 y se fue a Lima a estudiar “Yo di mi examen de beca así, por cosas de la vida. Porque recuerdo que, con mis compañeros, viajamos a la ciudad de Abancay para alquilar nuestro vestido de la promoción y nos encontramos ahí, caminando por la calle con la oficina de Beca”. Estudiar le ha permitido darse cuenta de la falta de servicios del Estado en quechua y ella, como profesora intercultural bilingüe, espera poder hacer algo al respecto.

Sherly  Achulli (21), de Chapimarca, Apurímac.

Trabajar

Yuri volvió a Quillabamba, en Cusco, después de estudiar unos años en Villa El Salvador. Regresó para ayudar, para que uno de sus hermanos pudiera acabar la secundaria, para apoyar sus papás. “Los tres hemos construido la casa para poder alquilar. Mis papás tenían su idea siempre de dejar algo así, un goteo económico si quiera.” Yuri, trabaja en lo que haya. Construcción, hotelería, mensajería, lo que sea. Cuando no hay, regresa a la casa familiar y ayuda en la chacra hasta que surja otra oportunidad. Se trata de siempre mirar el futuro con optimismo, siempre buscar oportunidades, de “surgir” como él dice.

Yuri Saire (28), de Santa María, Cusco.

Estefanía, tenía que ayudar a su madre así que se puso a trabajar en El Carmen, en Chincha. Pero sin dejar su sueño de hacer algo propio y a la vez manteniendo su compromiso con su cultura, transmitiendo quien es y por qué su cultura tiene tanto que ofrecer. La parroquia ha sido importante para ella, le ha permitido aprender y, hoy, es profesora de catequesis. “Mi sueño es ser repostera. A mí lo que más me gusta hacer son los dulces.”

En el mundo rural, hay oportunidades laborales para los jóvenes que no estudian. La agroindustria es siempre una opción. Miles de jóvenes trabajan en ella y obtienen un trabajo estable. Muchos entran y salen de este tipo de empleos, por ello es tarea de los empleadores encontrar como retener a empleados que han formado y que se desempeñan bien. Pero hay que entender también que es un trabajo que se puede tomar por un tiempo, ahorrar, y luego dejarlo para retomar el sueño de la educación, o estudiar en paralelo (esto es muy exigente y no siempre las condiciones laborales lo permiten).

La ruta que toman los jóvenes no es definitiva, estudian, dejan de estudiar, trabajan, retoman los estudios, dependiendo de las posibilidades y urgencias. Dependiendo también de la coyuntura.

Ángel vivía en la zona gravemente afectada por el terremoto del 2007, luego del cual había poco trabajo y menos oportunidades de estudiar. Se enlistó en el servicio militar. Luego de cuatro años ahí, surgió la oportunidad de aplicar a Beca 18 desde el servicio militar. Y ahí logró terminar sus estudios superiores. “Cuando llegó la propaganda de Beca 18, pensé que era una gran oportunidad, ahí pensé mi meta es esa”.

Angel Uceda (29), de Hoja Redonda, ICa.

Quienes no estudiaron lo enfrentan antes, pero quienes estudian, al terminar, se ven frente a un mercado laboral complejo, donde la probabilidad de encontrar un trabajo en lo que se estudió no siempre es alta, sobre todo si no se tiene experiencia. Ángel estudió telemática, hay pocos empleadores solicitando este tipo de expertos, pero además exigen dos años como experiencia mínima. ¿Cómo logrará experiencia mínima si todos los empleadores la exigen? No es un problema sólo para los jóvenes rurales, es parte de los problemas generales de nuestro mercado laboral, pequeño y con fuerte peso de relaciones personales. Complejo para los jóvenes, urbanos y rurales.

Mientras, Ángel trabaja en otra cosa, esperando la oportunidad de aportar lo que sabe en su carrera, pero no se rinde, participa en cuanta hackatón se convoca con proyectos que usan la telemática para mostrar que lo que el hace tiene múltiples aplicaciones a ver si su mercado laboral se expande. Todas sus propuestas e innovaciones buscan mostrar que la telemática ofrece soluciones a problemas rurales.

La mayoría de los jóvenes rurales piensa en generar su propio puesto de trabajo. Sus expectativas se enfrentan a condiciones difíciles de cambiar en el corto plazo. Estefanía quiere tener su propia empresa de preparación de dulces para eventos. Ismael su chacra produciendo productos orgánicos articulada al esfuerzo de otros productores en un proyecto organizacional de base para comercializar y producir mejor. Evelyn trabaja, pero a la vez mantiene su chacra, donde el desafío es identificar cultivos que se adapten, como ella, a los cambios en el clima y en las lluvias, ya nada es como antes, lo de antes ya no da con el cambio climático. Por ello además ahora ha iniciado con su organización local una piscigranja para mejorar la alimentación de los suyos y tener algo para vender en el mercado.

ESTEFANÍA GONZALES, (28), DE EL CARMEN, CHINCHA.

El éxito de todos estos proyectos y negocios depende de condiciones fuera del alcance de sus promotores. Que haya camino, que se tenga acceso a un capital mínimo para la compra de insumos, que se tengan servicios de asistencia técnica para hacer bien lo que se quiere hacer, con capacidad y eficiencia, que llegue internet para contactar especialistas, para buscar nuevos mercados, etc. El mayor problema es que siempre algo de esto no está presente o no llega a estos emprendedores. Siempre falta algo y con ello las opciones de éxito de los emprendimientos se ponen en riesgo.

Algunos de ellos han encontrado aliados que les han facilitado el paquete mínimo requerido para salir adelante. Hay jóvenes con más suerte que otros. Evelyn trabajó con el proyecto Noa Jayatai, de Foncodes (el Haku Wiñay para zonas amazónicas) y ya tenía vías de comunicación, así que su proyecto avanzó más rápido. Por el contrario, Ismael aún tiene problemas severos de conectividad en Río Santiago y los técnicos no llegan.

La ruta de progreso para estos jóvenes es más que lograr un esquema económico que les permita satisfacer sus necesidades y las de los suyos. Su inclusión económica determinará las oportunidades de sus hijos y de los hijos de otros pobladores rurales. Los líderes rurales de mañana están en casa de estos jóvenes y para ellos y su futuro también importa el entorno, los vecinos, el territorio.

Hacer colectivamente

Lo económico no basta, y menos lo económico para uno mismo solamente. Estos jóvenes saben que hay que lograr cambios mayores, hay que actuar colectivamente. Esto está mucho más claro en quienes vienen de experiencias de organizaciones fuertes, como de experiencias de comunidades campesinas o nativas fuerte. La ruta obvia es mantener y fortalecer organizaciones, claro agregando el uso de nuevos métodos, mucho whatsapp y Facebook, pero también incidiendo en la política local. Las trayectorias públicas abren nuevas oportunidades y generan cambios en la vida de los jóvenes.

Hacer política es visto como atractivo. Quieren ser partícipes directos del cambio, no meros espectadores que se quejan del libreto. Evelyn resume su trayectoria así “Yo primero he sido profesora del Programa No Estandarizado de Educación Inicial (PRONOEI), ahí han visto que me ocupaba bien de los niños. Y luego así me han escogido Secretaria de mi comunidad. Y bueno, ahora me voy a postular como regidora”. Saben que desde la participación social, cultural y política se puede hacer mucho. Pero también saben que la corrupción hace difícil entrar en espacios de poder y que hay presiones para ser corrupto. Por eso, muchos de ellos prefieren no participar o hacerlo desde el margen. No ven una institucionalidad que los incluya. Tienen temor y enorme desconfianza en el sistema político, pero a la vez saben que si no entran no hay forma de lograr cambios. “Yo con la política ahora no, muchos corruptos. Pero si quiero hacer cosas por mi distrito, por los jóvenes quechua”, dice Margot.

MARGOT CHOCCE (21), DE CHUNGUI, AYACUCHO.

El proceso de inclusión de los jóvenes rurales es una carrera de obstáculos larga. Construyen resiliencia pero los desafíos son grandes. Algunos se van quedando en el camino, se acomodan a lo que hay, otros se rebelan y siguen. La mayoría sigue buscando las condiciones mínimas que les permitan seguir en la carrera, en lo económico, en lo político, en lo social y en lo cultural. A esos jóvenes les debemos un estado y un sector privado más proactivo, atento a sus necesidades, no para regalarles nada, para permitirles hacer lo que quieren y pueden hacer. Estos jóvenes tienen planes y proyectos, tienen ganas y ya superaron decenas de obstáculos económicos, sociales y de exclusión, y acá siguen, guerreros en su tarea de salir adelante. Así que demos la talla y pongámonos a su altura.


Fotos: IEP