El primer año de este gobierno ha sido decepcionante. Es cierto que han enfrentado tremendos eventos inesperados, como los destapes de Odebrecht y el Niño costero, pero eso no es todo. La decepción viene de su falta de mensajes, acción y atención hacia el ciudadano. 

Frente a los temas de corrupción, no se logró una acción decidida. Frente al desastre natural se logró aprovechar la coyuntura durante la emergencia, pero luego si bien hubo acciones audaces, se ve un plan donde los afectados no son lo más importante.

Los temas anticorrupción, que se esperaba estuvieran al centro de todas las políticas, se han limitado a acciones tibias y de poco impacto. La comisión de integridad presidencial con 100 medidas en las que se avanza lento y poco, la creación de entidades débiles para lograr mayor transparencia y menos corrupción, y una dejadez en las entidades públicas de atender sus obligaciones en cuanto a transparencia, dan cuenta de ello.

Frente a El Niño, una buena reacción inicial, reconocida y saludada por todos, y una audaz nueva legislación para enfrentar la reconstrucción (con cambios), se une a una limitada atención al ciudadano afectado, a sus problemas del día a día, sobre todo una vez pasada la peor parte de la emergencia, y a un buen poco de soberbia frente a alcaldes, gobernadores regionales y organizaciones locales en el marco de la reconstrucción. Reconstruir implica mucho más que solo obras de infraestructura, requiere mucho diálogo y atención a las personas antes que a los necesarios puentes y carreteras.

Pero a pesar de lo que la agenda impuso con estos eventos, se suponía que este sería un gobierno, que fuera como fuere, sería exitoso en incrementar el crecimiento y la inversión, avanzar en la formalización y hacer más eficiente el Estado. De esto, que era lo que generaba mayor confianza en el equipo de gobierno, hemos visto aun muy poco.

Pero todo esto puede ser entendible por la coyuntura, los eventos inesperados, la política, la fuerte oposición, la persistencia de una situación externa no muy buena, porque es el primer año, por la inexperiencia, por cien otras razones. Lo que no se puede entender es que se haya dejado a la gente de lado. La revolución social prometida, y aplaudida en el discurso inaugural del presidente, tenía que poner al ciudadano en el centro y centrarse en que cada ciudadano se viera en dicha revolución, participara, la hiciera suya. Para ello se necesitaba un plan, una narrativa, un mensaje y sobre todo mucha atención y diálogo con los ciudadanos.

El ciudadano no está en el centro, y hay mucha evidencia de ello. La negativa a entregar una transferencia temporal a los damnificados para aliviar la crisis del El Niño (que ahora aparentemente se hará para reactivar la economía antes que para servir al ciudadano, pero en fin, mejor tarde que nunca, todo ayuda, así sea por las razones equivocadas); la ministra de educación echándole la culpa a otros de la huelga no resuelta y señalando que la factura la pagarán los niños que pueden perder el año escolar; la fallida reforma del SIS que en vez de llevarnos a un esquema de aseguramiento universal nos lleva a mayores exclusiones; una sierra sur que apoyó al candidato ganador y sigue a la espera de plan de desarrollo, y así.

Ojalá que este segundo año sea mejor. Ello exigirá más que solo crecimiento y reconstrucción. Urge que el ciudadano gane protagonismo, que se le escuche, entienda y respete. El gobierno debería tener eso como prioridad.

Veremos si hay cambios en el enfoque con el discurso del presidente el 28. Creo que nadie espera ya anuncios de las urgentes reformas institucionales o de nuevos programas. La expectativa es baja y podrían aprovecharlo para sorprendernos. Bastaría con evitar hablar solo de grandes obras millonarias, de fusiones de ministerios que no cambiarán en nada lo que los ciudadanos reciben, ni de cifras y proyecciones que destaquen que en realidad no ha sido un mal año. Ojalá intenten un discurso que trate de mostrarle al ciudadano que la formalización no es para que paguen más impuestos, sino para que ningún trabajador esté encerrado con candado; que se enfatice que los programas sociales son un derecho y que llegarán a todo el que los necesiten, porque es obligación del estado, y cosas así. Ojalá, se apueste por algo más allá de cifras macroeconómicas y que con ello podamos mirar el bicentenario con menos pesimismo. Comentaremos sobre ello el 28.